miércoles, 21 de enero de 2009

Soplos de Locura


Mamen Somar

Desde pequeña encontraba un placer extraño en levantarse cuando todos aún dormían, para sentarse en la parte más alta del sofá y fantasear en penumbra, para inventarse un mundo que los demás no veían; repleto de personajes con alas, alas que siempre anheló para ella. A veces se aproximaba a la vidriera del ático, tanto, que su nariz se doblaba hacia un lado y apenas podía respirar. Alguna vez trepó al tejado sin que nadie lo supiera. Las tejas estaban tan frías, el viento era tan suave en primavera y, el cielo se veía tan cerca…
-Qué rarita es tu hija- juzgaba la mamá de Ángela a la hora de zurcir los calcetines, allí, recostada en el sofá con las gafas de cerca pendidas de la punta de la nariz. La nariz de la mamá de Ángela nunca se dobló hacía un lado por el contacto de alguna vidriera; si que lo hizo por algún escaparate en rebajas Su padre sonreía levemente observando desde el marco de la puerta, como Ángela simulaba ser una avioneta con los brazos alzados en cruz y corriendo por todo el jardín mientras sus mofletes temblaban por el ruido de un motor que despedía saliva por todas partes.
Ángela nunca jugó con muñecas, nunca dibujó casitas con chimeneas que echaban humo, ni monigotes con forma de papá o de mamá, Ángela diseñaba alas, aviones, mariposas y cuando llegaba navidad, algún querubín sobrevolando un portal de Belén completamente vacío.
-Qué extravagante es esta niña- señalaba la profesora de segundo en las reuniones de profesores, entre el café de recreo y las pastas de té.
Ángela no tuvo una adolescencia sencilla, siempre en la Babia, bajo la soledad de los manuales de altos vuelos, el acné y las risas de otros que no comprendían su obsesión por estar pendida en el aire. Con diecinueve años, seguía columpiándose de la rueda que colgaba de la gran rama del árbol que había en la parte trasera de su casa. Hasta que un día la rama se partió.

Coleccionó todo aquello que pudiera distanciarse del suelo, que planeara contra corriente; hasta creó un museo donde mostrar todo su arsenal de objetos voladores; incluyo también una sala donde revoloteaban diferentes clases de mariposas, escarabajos, polillas, libélulas… Nunca persiguió en su ansia coleccionista, privar a un pájaro de su libertad; el vuelo de las aves era para ella un muestrario sacro, tan solo con mirar a lo alto. Aprendió a pilotar aviones, aeroplanos; hizo parapente, ala delta, paracaidismo, puenting… pero aún así ella no acertaba la forma de experimentar la acrobacia que tanto ansiaba.
Ya en su madurez, cercana a la ancianidad concluyó su obra con un grabado enorme que situó en la entrada de la gran exposición.

He pasado la existencia buscando la manera de elevarme, en la disciplina de asir mis pies al viento y hoy me descubro más pedestre que nunca. Hasta las aves más exuberantes aprenden a posarse en tierra, cualquier insecto sabe descender a suelo llano. Para vivir con toda la esencia hay que mantenerse en equilibrio; un pie posado en la tierra y el otro suspendido en el aire. Dios siempre jugando a serlo, no nos dio alas pero nos proveyó de dos piernas para eso ¡Para qué sino!
Días después batió alas en retirada.

No hay comentarios: