viernes, 20 de febrero de 2009

El otro lado de Diana


Diana sueña con el otro lado, con aminorar la marcha y precipitarlas horas en caída libre al oscurecer.
Diana no sonríe desde hace mucho, pero nadie se ha dado cuenta porque su tristeza no se instaló en la boca sino en el pecho. Sus labios se extienden, dibujan el esbozo; pero nada más.
Diana transita por las calles medio desnuda ante la avalancha y el frío que la domina desde cualquier rincón, pero camina despacio; no le asusta caer. Sólo desea llegar a casa, donde descalza, se encarama al tejado hecho de álabes de un color naranja fuerte. Es un tejado como cualquier otro, pero es desde allí, desde donde puede ver la otra cara de la luna. El lado oscuro que comparten.
Cuando regresa, su madre la espera dormida sobre el brazo del sofá donde la dejó. La besa despacio y cubre sus hombros con un chal. Camina de puntillas con los zapatos en la mano. Se dirige a la ventana que está en el desván. Abre sin hacer ruido y ágil, se desliza sobre el tejado. Se sienta, pero antes abraza la falda contra sus piernas y allí se queda con los ojos fijos al cielo añil hasta que la oscuridad se ciñe al frío de las tejas y hace temblar las piernas de Diana. Es entonces cuando la luna se gira para verla. Tiene el semblante que tanto echa en falta. Diana habla con voz tenue sobre su renuncia, sobre lo que la deja muda e insensible, sobre un destino que no cesa en su empeño por olvidarla; sobre la vida que no alcanza a tocar. Aún así, no sube el tono. Lo pronuncia sin reproche. Suele dejarse mecer por el rumor líquido de alguna canción que quedo impresa hace años, antes de ir a dormir apenas unas horas a su habitación.







Durante el día asume su otra mitad como un mal sueño. Atiende a su madre y mientras la peina, recuerda que no hace mucho era ella quien se quedaba muy quieta para que las trenzas estuvieran perfectas y poder salir a jugar al patio veloz como un rayo. Mueve la cabeza; en su mirada se perfila un gesto infantil. Consigue durante un tiempo ser la niña de flequillo enredado y frases por entregas que era. Besa a su madre antes de sentarla en el sofá. Asume que un día su mente se fue y que ya no volverá más. Alguna vez nota en sus ojos, la ternura que recuerda con verdadera nostalgia y, es entonces cuando apoya la cabeza en su regazo, coge su mano para que le acaricie el pelo como lo hacía antes; como siempre. Cuánto la echa de menos. Cuánto se parece la luna a la mama de entonces…
Cuando las farolas toman su primer aliento, Diana transita por las calles medio desnuda ante la avalancha. Pone precio a sus tacones, a la piel y a alguno de los sueños que no confió al tejado de los álabes de un naranja fuerte. A ese reverso que comparte con la luna.
Diana merodea por el otro lado, imagina tropezar con la salida y dejar de arrojarse en caída libre. Si tuviese el coraje suficiente para dar un giro, para doblar la esquina; vislumbraría el destello del día. Pero Diana, sólo camina haciendo círculos junto a la acera.


Firma: Dalma Espiral

miércoles, 18 de febrero de 2009

Tintero de 19 de febrero de 2009

- Entrevista a Isabel Bernardo concejala de cultura en el Ayuntamiento de Salamanca

- Mamen Somar

- Microrrelato de Esther Patrocinio

Teatro del S.XVII

En Francia se vio afectado por el mismo afán de verosimilitud y racionalismo que el resto de los géneros literarios. De ahí la necesidad de que las obras se sujetaran a la regla de las tres unidades:
- Unidad de acción: un solo tema.
- Unidad de lugar: un solo escenario, con decorados sencillos.
- Unidad de tiempo: la acción no puede durar más de un día.
Además, debía separarse lo trágico de lo cómico, perseguir una finalidad moral y observar el decoro poético; es decir, evitar los acontecimientos y palabras que atentaran contra el buen gusto. Solamente Francia contó con dramaturgos capaces de superar tantas trabas y lograr obras geniales. En los demás países el teatro neoclásico dio frutos aislados de escasa calidad.

Quisiera aquí hacer referencia a Moliére, el creador de la comedia francesa, fue aficionado al teatro que abandonó sus estudios de derecho para enrolarse en una compañía, de la que fue actor, director y autor. Tras recorrer Francia, se instaló en París, donde gozó de la protección real, aunque tuvo que hacer frente a numerosos enemigos pertenecientes a la nobleza y a la iglesia.

Las comedias de Moliére no son de intriga, sino de caracteres: la acción interesa como medio para hacer una pintura acabada de los personajes. En la mayoría de ellas el protagonista, que suele encarnar un defecto de grado máximo, se opone al casamiento de dos jóvenes, quienes acaban logrando su propósito con la ayuda de los criados. Todas encierran un propósito moral: ridiculizar y denunciar los vicios y comportamientos de su tiempo: la pedantería, las pretensiones intelectuales de los nuevos ricos, la ignorancia de los médicos o la hipocresía religiosa.

El Tintero 12 de Febrero

- Teatro del S.XVII

- Mamen Somar

- Entrevsita a Carlos Gigosos profesor de literatura en el instituto público Fernando de Rojas

- Microrrelato de Esther Patrocinio